Primera: Ex 17,3-7;
Sal 94,1-2.6-7.8-9;
Segunda: Rom 5,1-2.5-8;
Evangelio: Jn 5,5-42
Sal 94,1-2.6-7.8-9;
Segunda: Rom 5,1-2.5-8;
Evangelio: Jn 5,5-42
Nexo entre las lecturas
Deseamos proponer como elemento unificador de este tercer domingo de 
Cuaresma por una parte el "anhelo de Dios que existe en el corazón del hombre" y 
por otra parte el amor salvífico de Dios que sale a su encuentro. La prueba más 
elocuente y hermosa del amor de Dios es que nos amó cuando todavía éramos 
pecadores (2L), cuando nos habíamos despeñado y alejado del redil. En la primera 
lectura se muestra la rebelión del pueblo contra Moisés al experimentar la sed 
asfixiante del desierto. Ponen a prueba a Dios y lo emplazan para que diga si 
efectivamente está o no, con ellos.
Las pruebas tan claras de su poder en favor de los israelitas se olvidan 
ante la angustia de la sed del desierto. El Señor, sin embargo, sale a su paso y 
hace fluir de la roca corrientes de agua (1L). En el evangelio de San Juan es 
Jesús quien experimenta la sed de la fatiga y del peso del día, pero es la 
samaritana la que tiene el deseo y la nostalgia de Dios. Cristo que padece sed 
da de beber a la samaritana un agua que se convierte para ella en fuente de agua 
viva. Cristo se le revela como el Mesías que debe salvar al mundo (EV).
Mensaje doctrinal
La sed del hombre y la voluntad salvífica de Dios. El pueblo de Israel se 
siente agobiado por la sed del desierto. No comprende cómo el Señor, que lo hizo 
salir de Egipto con mano poderosa, lo encamina al desierto para hacerlo perecer 
en él. Se encara con Moisés y ponen a prueba al Señor. Moisés, el liberador de 
Egipto, recibe instrucciones precisas de parte del Señor: "preséntate al pueblo, 
lleva contigo los ancianos, toma el cayado golpea la roca y yo estaré allí". Y 
de la roca brotó el agua que apagaría la sed de los israelitas. A pesar de que 
éste es un pueblo de dura cerviz, el Señor no lo abandona: "yo estaré allí". 
Incluso cuando no sean dignos de mi amor y mi cuidado, "yo estaré allí". Sabe 
que más allá de esa sed material hay una sed espiritual mucho más profunda y 
dolorosa. Ahora el verdadero Moisés es Cristo, liberador del pecado y de la 
muerte, que se ofrece en rescate del mundo.
Es Él quien intercede por nosotros ante el Padre. Es Él quien nos amó 
cuando éramos impíos y pecadores. Jesús sale al encuentro de la Samaritana y le 
hace presente que tiene sed, sin embargo, la mujer no comprende cómo un judío 
pide de beber a una mujer samaritana. El amor de Jesús y su habilidad pedagógica 
conducen a aquella mujer al reconocimiento de su necesidad y de su nostalgia de 
Dios. En las palabras de Jesús ella encuentra que hay alguien que la conoce, la 
ama y desea su bien sobrenatural y eterno; alguien que no la abandona y que le 
ofrece la vida eterna. Iluminada interiormente y saciada por este agua de 
Cristo, la Samaritana se convierte en apóstol entusiasta del evangelio entre los 
suyos. Quien ha experimentado a Dios no puede quedar quieto, siente la imperiosa 
necesidad de anunciarlo.
"Tanto amó Dios al mundo que le envió a su unigénito" (Jn 3,16). ¡Qué valor 
debe tener la persona humana a los ojos de Dios para que el Padre haya enviado 
al Hijo para rescatarle. El hombre es precioso a los ojos de Dios. La 
experiencia del Éxodo es aleccionadora. A pesar de que los israelitas han visto 
grandes prodigios, han visto cómo la mano poderosa de Dios los libraba de la 
esclavitud de Egipto y los hacía caminar por el fondo del mar Rojo, ellos dejan 
caer su confianza en Dios en tiempos de dificultad. Aquella pregunta del pueblo 
sigue siendo una gran tentación:
"¿Está Dios con nosotros sí o no? Cuando la sombra de la cruz se alarga 
sobre nuestras vidas, el hombre se encuentra con Dios y lo interpela ¿Por qué, 
Señor, este dolor, esta enfermedad, esta guerra, esta falta de sentido, esta 
pérdida de fuerzas para vivir, este mal que nos rodea? ¿Estás con nosotros sí o 
no? Fue la misma tentación del pueblo en el desierto. Pero Dios revela su 
continua voluntad de salvar y, aunque el pueblo lo rechazó en varias ocasiones, 
Él no viene a menos en su promesa: lo cuida, lo protege y lo conduce a la tierra 
de promisión.
Si en tiempo de Moisés bastaba que éste intercediera para que el Señor 
saliera en favor de su pueblo, ¿qué podremos decir en la Nueva Alianza que 
Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha establecido? El que no perdonó ni 
a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará 
con él graciosamente todas las cosas? (Rom 8,32) Dios nos amó cuando éramos 
pecadores. Dios salió a nuestro encuentro en el Pozo de Jacob para darnos el 
agua viva. Dios está siempre haciéndonos presente su voluntad salvífica porque 
no quiere que ninguno se pierda. Él es el agua viva.
La esperanza si la voluntad salvífica de Dios no cede ante ningún 
obstáculo, la actitud que conviene al creyente, no obstante las obscuridades y 
la sed del camino, es la de la esperanza. La esperanza que no defrauda porque el 
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. La situación propia del 
cristiano es la de la esperanza: de un lado tiene ya la reconciliación con Dios, 
pero por otro, no ha superado todavía todas las alienaciones del camino, 
especialmente la muerte se le presenta como un enigma. "Ya, pero todavía no" y 
por ello se exige la esperanza.
Romano Guardini, después de una larga enfermedad concluía: "He reflexionado 
para ver si se pudiese encontrar una palabra con la que exprimir la actitud 
humana justa ante la vida y no he encontrado mas que una sola: 
Esperanza-Confianza. Confianza ¿en qué? ¿En la vida? ¿En el orden de la 
existencia? Creo que toda abstracción sería equivocada. Más bien es confianza en 
aquel que ha creado el mundo, lo dirige, lo gobierna en un sentido supremo. El 
elemento decisivo es la benevolencia de Dios que es radicalmente bueno en 
relación con nosotros... Fiarse de Dios es la única solución para subsistir" 
(Romano Guardini "Sobre el límite de la vida").
Sugerencias pastorales
El año jubilar dio lugar a que miles de personas se acercaran al sacramento 
de la penitencia. Los frutos de conversión fueron espléndidos. El Papa manifestó 
su esperanza de que esta práctica penitencial se prolongara en los años 
venideros. Sin duda, el período de cuaresma nos ofrece la oportunidad para 
intensificar la participación en el sacramento de la penitencia. Sabemos que 
todos tenemos necesidad de Él porque todos pecamos. Será importante en la acción 
pastoral insistir en la formación de las conciencias, redescubrir el verdadero 
sentido del pecado y ayudar a los fieles a procurar la compunción del corazón. 
Así como Cristo iluminó y formó la conciencia de la Samaritana, así el sacerdote 
debe iluminar y formar la conciencia de sus fieles.
Tarea no fácil en un mundo caracterizado por el relativismo moral. El 
sacerdote debe conducir a los fieles con habilidad pedagógica y con verdadero 
amor pastoral a la conversión del corazón en la penitencia. Muy elocuente fue el 
caso de aquel hombre que reconocía que se había confesado después de varias 
décadas de no hacerlo, sólo porque: "el Papa, cuando pasó en el coche, me 
miró".
La pedagogía de Dios. Existe un principio fundamental de la fe: antes y más 
allá de nuestros programas hay un misterio de amor que nos envuelve y nos guía: 
es el misterio del amor de Dios. Es oportuno repetir en nuestra predicación esta 
verdad tan necesaria para el mundo de hoy abatido por múltiples miserias. La fe 
viva logra descubrir en medio de los acontecimientos y los avatares de la vida 
la mano providente de Dios. Esto no se da de modo inmediato, sino más bien, es 
el resultado de un proceso de conversión. En la medida en la que el cristiano 
participa de la vida y de la misión de Cristo, en la medida en la que bebe en 
las fuentes de la vida como la Samaritana, en esa medida va creciendo su 
capacidad de comprensión.
Dios actúa con una pedagogía divina: a veces nos hace caminar por el 
desierto en medio de hambre y sed, a veces se muestra soberano en la cumbre del 
monte, a veces permite la experiencia de la derrota y el cansancio de la vida. 
El creyente es aquel que sabe descubrir en todo ello una pedagogía amorosa de 
Dios. Si queremos organizar nuestra vida, debemos aprender a "descifrar su 
designio" leyendo la misteriosa "señalización" que Dios pone en nuestra historia 
diaria.
=
Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

No hay comentarios.:
Publicar un comentario